miércoles, 14 de febrero de 2007

Aquella

A mi me gustaba sus cachetes, su sonrisa espontánea, sus pestañas como rayos de sol, su voz suave.
Su madre me preguntó de que trabajaba, me pregunto en que barrio vivía.
A mi me gustaba caminar con ella colgada de mi brazo, ir al cine y después a cenar comentando la actuación de los actores, las escenas, el libreto.
El padre me dijo que calaveras hay muchos, pero que esta era su hija.
A mi me gustaba tomarla de las manos, mirarla a los ojos, respirar su perfume, sentir que me envidiaban.
La madre, seria, me traspasaba con su mirada, estaría arrepentida de haber limpiado la casa a fondo, haberse vestido con su mejor ropa, haber escondido a los dos desprolijos mas pequeños, y todo para recibir un flaco peludo, que parecía un plumero.
A mi me gustaba compartir las mismas lecturas, sentarnos en cualquier lado que pudiéramos ver la luna, contar las estrellas, encontrarla en mis sueños.
Su madre me pregunto por el oficio de mi padre, por el pedigré de mi familia, si eramos propietarios, si teníamos casa en el balneario.
A mi me gustaba sus preguntas sobre la vida y el amor, su confianza, y cuando se escondía atrás mio ante algún temor, y cuando me acariciaba el pelo.
Su padre hablaba de no se que, yo no entendía nada, ni de sus palabras, ni de su traje, ni de sus zapatos de charol.
Yo la deseaba con urgencia, la adoraba con necesidad, la quería sin condiciones.
La madre me presento su plan, de lunes, miércoles, viernes y domingo de 6 a 9.
Yo la quería sin espacio, yo la quería sin limites, yo solo esperaba que ella me amara, solo deseaba que ella fuera feliz.
Sus padres me mostraron que otros candidatos eran mejor postulados.
En mi vieja mochila de emigrante clandestino, había ya tantas cosas, que hubo que empujar con lágrimas otros recuerdos, otros amores, otras cartas, otras esperanzas.

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